miércoles, 18 de marzo de 2020

Para los olvidados

Que no os engañen,
Entre las risas de los demás es complicado vernos pero os veo,
ahí estáis muertos de hambre,
muertos de rabia,
muertos de apatía.
¿Qué queréis comer? Decidme. ¿A dónde queréis ir? ¿Que no queréis hacer? ¿Qué hacemos? Decidme. Dime, dime. Acércate.

No, lejos de las redes sociales, en mitad del mar abierto. Aguas internacionales. Encontrémonos allí para recordarnos los unos a los otros que estamos muertos porque hemos querido matarnos desde que una fuerza imparable ha pesado encima de nuestras cabezas desde que somos raíz. Estamos muertos pero queremos comer y queremos amar igual que aquellos que ríen. Aquellos.

Dejadnos dormir hasta que la necesidad de ser otra persona y vivir otra vida nos despierte y nos obligue a movernos. Que a veces queremos otra carne para arañar otra cárcel que no sea la nuestra.

No me empujéis hacia esa multitud que no puede caminar en el fango, quienes tropiezan entre su propio barro y cuando caen no se revuelcan en él.
Estoy en una multitud que grita mientras susurro y que se calla cuando silbo. No hay un nosotros. ¿Qué está pasando?

Pues me esculpiré una vez más para poder seguir en el museo, para que otros nuevos turistas lleguen y hablen de mi mármol con tintes intelectuales creyendo decir algo en vez de limpiarme con un pañuelo tibio los pies que es donde nace la esencia de todas las estatuas.

Pero no estoy parada y a veces me convierto en fuego para recorrer vuestros hogares: vuestras entrañas. Echando carbón ardiendo a donde apunta vuestro fuelle para que alimente las llamas que nos calientan a todos nosotros, a los muertos de hambre.