viernes, 11 de septiembre de 2015

Confieso III

Sé mucho acerca de lo que me gusta y lo que no, pero por favor no me preguntes nunca quien soy.

martes, 8 de septiembre de 2015

La ilusión

¡Por fin había salido de casa! Estaba esperando a las cinco en punto y dos minutos, hora que su madre siempre calificó como la mejor para salir a la calle, porque el sol ya no pegaba tanto como a las cinco menos dos minutos. ¡Já! ¡Que se iba a atrever el sol a pegarle! Todo este tiempo se había puesto muy fuerte, a ver quién era el listo que se metía con él ahora.
La impaciencia se apoderó de él y pulsó el botón del ascensor para acabar bajando por la escalera, saltando los escalones de dos en dos, a veces sin llegar ni a posarse sobre uno antes de lanzarse hacia el siguiente. En la puerta del edificio tenía sus dos vehículos más preciados, que le había llevado a tantos sitios. Hoy iba a ser un día diferente, no sabía si coger la bici o el patinete, aunque si quería que fuera un día realmente diferente era mejor escoger lo segundo, porque la bici ya se la habían visto los vecinos muchas veces, mejor hoy el patinete, sí.
 Dobló la esquina mucho más de lo doblada que ya estaba, y corrió hacia el puesto de helados haciendo un repaso de los sabores que ya había probado. Al acercarse al vendedor estuvo tentado a decirle "uno de fresa, por favor" pero hoy había que arriesgarse, así que pidió el sabor de plátano. Fue el peor helado que había probado en toda su vida y lo tiró a la papelera para que nadie nunca jamás tuviera que olerlo ni verlo, con ese amarillo que parecía que te decía "si me pruebas, te arrepentirás". Llegó al parque derrapando con las pequeñas ruedas de su vehículo y fue la envidia del resto de los niños. La verdad es que tenía suerte de tener un monopatín tan dinámico y atractivo. Qué buena elección. La bici era para los días corrientes, pero no para hoy, un día diferente. Saltó la valla de madera que separaban el mundo real de la moqueta verde del parque haciendo gala de unos movimientos acrobáticos. Hizo un repaso del parque en trescientos sesenta grados para asegurarse de que todo seguía en su sitio y acabó fijando la vista en su objetivo. ¡Menos mal que el columpio estaba libre!,  a nadie le gustaría celebrar su cuarenta cumpleaños en el tobogán. Se sentó en él y con una sonrisa empezó a columpiarse. Al fin y al cabo madurar es mecerse a uno mismo en el columpio.

domingo, 6 de septiembre de 2015